De cómo es estar despierta mientras todos duermen en la casa. De cómo se cava una trinchera o qué se siente ser un topo en una casa en guerra. De cómo se contagia la violencia y cuál es el antídoto. De cómo no hay padre e hija sino calor o frío, monte o nieve. Y qué pasa al descubrirlo. De cómo se
duerme en las noches de viento norte y qué se sueña. De cómo se comunican las mujeres entre sí y qué se dicen. De cómo los yuyos, las langostas y los libros se devoran las cosas útiles y qué efectos produce su acción irresponsable. De cómo se produjo el silencio y qué cosas guardaba.
De cómo pueden los niños formar una familia. De cómo es que se forma una familia y qué sucede entonces.
 
En el baldío de al lado de la casa crecían las malas hierbas, ponzoñosas, las que la madre se había cansado de advertirme que evitara, porque traían la
fiebre de los yaguaretés, que revolvía la sangre, la rebelaba, la misma fiebre de los esclavos que en las plantaciones, un día cualquiera, levantan la guadaña hacia sus dueños. Yo andaba igual entre los pastizales, para mí las hierbas eran siempre buenas, agarradas como estaban a los árboles, yo sabía que les quitaban la savia y los secaban, que eran parásitas y no dejaban que creciera la planta útil, la que se puede saquear, vender y comprar, una moneda de cambio entre personas, porque la civilización sí puede reducir a la servidumbre lo salvaje, hacer que coma de su mano, se amanse, entregue dócilmente su fiereza. Las malas hierbas no eran así, no servían para nada y volvían inútil lo que tocaban, se quedaban ellas con toda la riqueza. A mí me parecía que tenían más derecho. Que lo salvaje se coma lo salvaje, porque quien es manso a la fuerza, necesariamente enferma y muere de todos modos, y mejor morir en la propia ley que en una extraña. (…) Las verdaderas historias están escritas con esa misma fuerza loca y
desmedida de la infancia: para resistir, y antes de ser escritas han pasado por los huesos y por las venas y por cada fibra del organismo de un ser vivo. Esas historias no pueden ser sino lo que son, no son alegorías ni símbolos, no establecen metáforas entre las cosas del mundo, son ellas mismas la metáfora que alguien lee en su propia carne, desprendidas del dolor o del placer o de la furia o del asco como la cáscara de una herida, como la pequeña capa que la protege insuficientemente y que ha de dejarla expuesta para que pueda curarse al sol, al aire libre, cuando sea el tiempo.
 
Claudia Masin nació en Resistencia, Chaco, Argentina. Es escritora y psicoanalista. Vive en Córdoba, Argentina desde hace tres años. Coordina
talleres de escritura. Fue docente de la materia Poesía en la carrera de Artes de la Escritura de la Universidad Nacional de las Artes de Argentina. Publicó 11 libros de poesía: Bizarría, Geología, La vista, Abrigo, La plenitud, El verano, La cura, L a siesta, Lo intacto, El cuerpo, La mujer maravilla y yo, dos antologías de su obra: El secreto y La materia sensible y una edición de su Poesía Reunida: La desobediencia.
 
Edición: La mariposa y la iguana, 52 páginas, 2023 (Primera edición 2017)
Colección: Microficciones
ISBN: 978-987-38081-8-0   
Medidas: Alto 21 cm / Ancho 15 cm 
 

La siesta de Claudia Masin

$11.000
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De cómo es estar despierta mientras todos duermen en la casa. De cómo se cava una trinchera o qué se siente ser un topo en una casa en guerra. De cómo se contagia la violencia y cuál es el antídoto. De cómo no hay padre e hija sino calor o frío, monte o nieve. Y qué pasa al descubrirlo. De cómo se
duerme en las noches de viento norte y qué se sueña. De cómo se comunican las mujeres entre sí y qué se dicen. De cómo los yuyos, las langostas y los libros se devoran las cosas útiles y qué efectos produce su acción irresponsable. De cómo se produjo el silencio y qué cosas guardaba.
De cómo pueden los niños formar una familia. De cómo es que se forma una familia y qué sucede entonces.
 
En el baldío de al lado de la casa crecían las malas hierbas, ponzoñosas, las que la madre se había cansado de advertirme que evitara, porque traían la
fiebre de los yaguaretés, que revolvía la sangre, la rebelaba, la misma fiebre de los esclavos que en las plantaciones, un día cualquiera, levantan la guadaña hacia sus dueños. Yo andaba igual entre los pastizales, para mí las hierbas eran siempre buenas, agarradas como estaban a los árboles, yo sabía que les quitaban la savia y los secaban, que eran parásitas y no dejaban que creciera la planta útil, la que se puede saquear, vender y comprar, una moneda de cambio entre personas, porque la civilización sí puede reducir a la servidumbre lo salvaje, hacer que coma de su mano, se amanse, entregue dócilmente su fiereza. Las malas hierbas no eran así, no servían para nada y volvían inútil lo que tocaban, se quedaban ellas con toda la riqueza. A mí me parecía que tenían más derecho. Que lo salvaje se coma lo salvaje, porque quien es manso a la fuerza, necesariamente enferma y muere de todos modos, y mejor morir en la propia ley que en una extraña. (…) Las verdaderas historias están escritas con esa misma fuerza loca y
desmedida de la infancia: para resistir, y antes de ser escritas han pasado por los huesos y por las venas y por cada fibra del organismo de un ser vivo. Esas historias no pueden ser sino lo que son, no son alegorías ni símbolos, no establecen metáforas entre las cosas del mundo, son ellas mismas la metáfora que alguien lee en su propia carne, desprendidas del dolor o del placer o de la furia o del asco como la cáscara de una herida, como la pequeña capa que la protege insuficientemente y que ha de dejarla expuesta para que pueda curarse al sol, al aire libre, cuando sea el tiempo.
 
Claudia Masin nació en Resistencia, Chaco, Argentina. Es escritora y psicoanalista. Vive en Córdoba, Argentina desde hace tres años. Coordina
talleres de escritura. Fue docente de la materia Poesía en la carrera de Artes de la Escritura de la Universidad Nacional de las Artes de Argentina. Publicó 11 libros de poesía: Bizarría, Geología, La vista, Abrigo, La plenitud, El verano, La cura, L a siesta, Lo intacto, El cuerpo, La mujer maravilla y yo, dos antologías de su obra: El secreto y La materia sensible y una edición de su Poesía Reunida: La desobediencia.
 
Edición: La mariposa y la iguana, 52 páginas, 2023 (Primera edición 2017)
Colección: Microficciones
ISBN: 978-987-38081-8-0   
Medidas: Alto 21 cm / Ancho 15 cm